En reconocimiento de la naturaleza central y esencial de la Sagrada Eucaristía en nuestras vidas, es importante que los fieles vuelvan a la Misa, a la Mesa del Señor, cuando y donde sea posible. 

Durante los difíciles meses de pandemia, nuestros pastores, parroquias y todos los fieles se han adaptado para garantizar la salud y el bienestar de todos en nuestras comunidades. Las precauciones de seguridad en nuestras iglesias, tales como límites de capacidad y protocolos de limpieza rigurosos, han demostrado ser eficaces para facilitar el culto público esencial sin riesgo indebido de acelerar la pandemia. 

Si bien las Misas transmitidas en vivo han sido un medio para ayudar a los católicos a nutrir sus almas cuando no podían estar presentes en la Misa, debemos recordar que no puede convertirse en la norma. Dios no vino a nosotros virtualmente. Él vino a nosotros en la carne y continúa viniendo a nosotros en la Eucaristía. Como católicos, el contacto sin intermediarios con la Presencia Real de Nuestro Señor al ofrecer este sacrificio al Padre es insustituible y esencial. 

Recordamos las propias palabras de Cristo cuando predijo el don de la Sagrada Eucaristía: “Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. Quien come mi Carne y bebe mi Sangre vive en mí y yo en él” (Jn 6, 54-56).